¿Por qué callamos?
Ante una situación dolorosa, algo que nos disgusta, algo que nos duele, tanto si hablamos como si nos callamos, lo que callamos es mucho más doloroso que lo que decimos.
Porque internamente ya te lo has dicho a ti. Y si no sale, se queda ahí. El primer estadio de la comunicación es interno. Dentro de ti, en tus pensamientos y emociones, ya te lo has dicho y sentido todo, absolutamente todo. Y si no sale se queda inamovible, fijo, rígido. Encapsulado. Por tanto, eso que te callas ya lo has vivido, en tu mente y en tu cuerpo.
Callar viene del latín chalare que significa bajar, bajar el tono. Se trata de silenciar, de omitir, de suprimir, de no decir ni una palabra. Privarse de expresar. Por tanto, silenciar lo que queremos expresar, tapar algo importante que deseamos nombrar y no nombramos, es autocensura.
Fijaros dos tonos distintos para utilizar el verbo Callar: “¡Cállate!”, suena dominante, desafiante, impositivo… o “Por favor, ¿puedes callarte?”, suena a pequeñito, a sumisión, a evasión, a no enfrentar. Una derivada también podría ser “¿Por qué no te callas?” desde el desprecio.
Empezamos callando lo que nos molesta o nos duele, y terminamos por callar lo que nos gusta o nos da placer. Cuando callamos silenciamos nuestra necesidad.
¿Cuales son los motivos por los que callamos? ¿Cuál es el motivo que te lleva a callar, a silenciar tu voz? ¿Qué otorgamos con ese silencio? ¿Qué validamos callándonos? En cualquier contexto, sea en nuestro entorno personal, profesional, social, porque somos exactamente las mismas personas. Quizás…
Miedo a herir
Falta de práctica en asertividad
Falta de confianza, inseguridad
Evasión, miedo enfrentar
¿Y de donde surge este miedo? Es interesante, en una sociedad como la nuestra donde prima lo “políticamente correcto”, justamente lo “políticamente correcto, nos coarta la identidad.
Cuando silenciamos nuestra opinión, nuestra manera de ver las cosas, desgarramos una parte de nuestro ser. Y esto está relacionado con la libertad, con la responsabilidad. Ejercer mi derecho a la libertad de expresarme no significa que no tenga respeto por las demás opiniones. Como decía Moliere “Desapruebo lo que dices, pero defiendo hasta la muerte tu derecho de decirlo”.
Entonces, al reprimir tu voz, proporcionalmente aumentas aquello que callas. Tiempo y tiempo, ¿te suena? Se hace grande, cada vez más grande. Es aquella piedrecita que te empieza a molestar en el zapato, pero no te la quitas, y la piedrecita con el paso del tiempo se convierte en un pedrusco costoso de arrastrar.
Afecta a nuestros pensamientos, emociones, a nuestros comportamientos, a nuestros resultados. Somos lo que decimos y somos lo que callamos. Cuando callamos no permitimos que nada evolucione, se trasforme, nos brinde un aprendizaje. No solo para mi, sino para ambas partes. Estancamos nuestra comunicación y desperdiciando oportunidades.
Te propongo un ejercicio para reflexionar y poder anotar la respuesta a estas preguntas. Piensa en una situación en la que te has callado, en la que te gustaría decir y no dices.
Y pregúntate:
- ¿Qué callas?
- ¿Qué pensamientos o emociones surgen en tu cuerpo?
- ¿Qué crees que te impide hablarlo?
- ¿En qué te perjudica esta autocensura?
- ¿Qué necesitas para poder decirlo? ¿Qué pensamientos o emociones surgen en tu cuerpo?
- ¿Qué beneficios tendría para ti si lo comunicas?
Cada persona tiene su verdad. Encontrar la tuya, sin censuras, ni mentiras, ni historias, te conecta con tu vulnerabilidad y, en consecuencia, con tu poder. Aprender de nuestros silencios, es escuchar lo que nos quieren decir. Reconocer nuestras necesidades y estar dispuestos a hablar de ellas nos hace mejores personas y líderes.
Si algo he aprendido en la vida es el poder que sientes al usar tu propia voz.